Opinión Por: Marcos Dávila
Gracias a los migrantes del mundo, una gran cantidad de dinero fluye de los llamados «países desarrollados» hacia los «países en vías de desarrollo». En todo el mundo, los migrantes y sus remesas traen un alivio y bienestar a millones de personas.
Si para algo han sido buenas las remesas es para sanar un poco la crisis de muchos hogares, para quitarle un peso de encima a los que menos tienen. El dinero que envían los migrantes a sus seres queridos, terminará en las manos de trabajadores del campo, en adultos mayores, en personas que viven al día. Sirven para curar enfermos, para educar a niños y a jóvenes, para construir viviendas, para alimentar familias.
Las remesas les hacen un bien muy grande a millones de familias en todo el mundo, y de paso le hacen un bien a la respectiva tierra natal. Hoy podemos decir que, en medio de la crisis mundial del Covid-19, y frente a todo obstáculo, la cantidad de remesas disminuirá considerablemente, pero, eso sí, no se detendrá. Y cuando se acabe el Covid-19 los migrantes, muy seguramente, enseguida se pondrán al día.
Hay que tener en cuenta que las remesas no caen del cielo, no es algo que los migrantes recojan de los árboles como si fueran manzanas. Éstas son, más bien, la recompensa que el trabajador migrante obtiene con su sudor, con su cansancio, con su entrega y que con gran satisfacción manda para su respectivo país de origen.
Los migrantes sienten una conexión irrompible con la tierra que los vio nacer, en cada trabajador migrante seguro habrá una historia individual única, pero yo me atrevo a decir que el migrante es movido, principalmente, por el amor a su familia, por el amor a su patria, por el amor a su pueblo, un afecto que desde luego no tiene fronteras, ni tiene barreras que sean imposibles de superar.