Un “Thanksgiving” con sabor amargo

Un “Thanksgiving” con sabor amargo

Por José López Zamorano-Para La Red Hispana

Decenas de millones de personas en los Estados Unidos celebran el Día de Acción de Gracias como una ocasión memorable de unión familiar.

“Thanksgiving” es una oportunidad para reflexionar sobre las bendiciones en la vida, como los seres queridos, los amigos, la salud y los logros personales.

Su celebración tiene raíces históricas: es un recordatorio del agradecimiento que los colonos europeos hicieron por la generosidad de los indios Wampanoags en 1621.

Sin embargo ha evolucionado para representar una tradición cultural que une a personas de diferentes orígenes en los Estados Unidos. Es un momento de celebración inclusiva y de conexión con las costumbres locales.

Pero muchas familias pasarán este Thanksgiving bajo la sombra de la incertidumbre y la preocupación por la inminencia de la operación de deportaciones masivas y redadas laborales prometidas por Donald Trump.

Al menos 4.4 millones de ciudadanos estadounidenses menores de edad viven con al menos un padre indocumentado. Estos niños suelen formar parte de “familias de estatus mixto”, en las que algunos miembros tienen residencia legal o ciudadanía, mientras que otros no.

En estos momentos estos niños enfrentan desafíos únicos, como la posible separación de la familia, el acceso limitado a los recursos y el costo emocional del estatus legal incierto de sus padres

Una situación de zozobra similar enfrentan cientos de miles de “dreamers”,  a pesar de que contribuyen al futuro de la nación como ciudadanos a través de la educación, la participación en la fuerza laboral y la diversidad cultural.

Se trata de jóvenes patriotas que fueron fundamentales durante la pandemia de COVID-19 en sectores como la agricultura, la salud, las empacadoras de carne, los servicios de atención al público y muchos más.

Si hace unos años la interrogante era si habría un consenso legislativo para buscar una vía de regularización para esos indocumentados, la conversación nacional ha cambiado por completo.

Ahora las interrogantes son otras: si se separará nuevamente a los menores de sus padres, si se usará al ejército para el plan de deportaciones, si se construirá un campo de concentración en Texas, si se buscará despojar de la ciudadanía estadounidense a los hijos de padres indocumentados.

Durante la pandemia, Donald Trump designó a millones de indocumentados como “trabajadores esenciales”. Ahora que ya salimos de lo peor de la emergencia sanitaria, esas mismas personas son seres humanos innecesarios, prescindibles.

No hay la menor duda de que Estados Unidos tiene todo el derecho de asegurar sus fronteras, salvaguardar su integridad territorial, y saber quién entra y quién sale del país.

Pero tampoco debería haber duda que en la implementación de esa política de seguridad interior no se ignoren los derechos humanos, el debido proceso y un trato digno a todo ser humano.

Más de 400 años después de aquel original, Estados Unidos debe honrar su origen fundacional como una tierra que acoge al perseguido, al desposeído y al vulnerable. Nada más, nada menos.

Como bien dice el luminoso poema escrito por Emma Lazarus en 1883 y engravado en el pedestal de la Estatua de la Libertad: “Dadme a vuestros cansados, a vuestros pobres, / a vuestras masas apiñadas anhelando respirar libres”.

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